Vivian Maier: la fotografía como refugio

Todo el mundo conoce a Vivian Maier como la 'fotógrafa niñera' y se ha hablado mucho de su figura como una persona excepcional por el misterio y el legado que nos dejó. Y es que, antes de su muerte en 2009, la compra en una subasta de sus posesiones, llevó a encontrarse miles de negativos y copias de su trabajo fotográfico. De una calidad excepcional, Vivian Maier irrumpía en el mundo como una de las más grandes fotógrafas de todos los tiempos.

Mucho se ha debatido (y sigue debatiéndose) sobre la importancia y el valor de la obra fotográfica de Vivian Maier. Hay entrevistas, documentales, libros y muchas exposiciones sobre ella. Sabemos que fue una mujer independiente, extraña, huraña, comprometida y seguramente negaría rotundamente que fuese alguien infeliz, más bien, afirmaría que el resto son los infelices por seguir los cánones y patrones de esta rueda social.

Vivian Maier, autorretrato, Nueva York, c. 1952

De izquierdas (asistía a conferencias del Partido Comunista de los Estados Unidos y seguía la labor del Partido Socialista de América), mostró en su obra sus posicionamientos políticos. Ante todo, ferviente defensora de la igualdad racial y del feminismo, siempre recalcó en sus fotografías las diferencias, la pobreza, el racismo o el papel de la mujer como cuidadoras, ‘parejas de’ u objeto de deseo, belleza o poder. Fotografiaba pintadas con lemas reivindicativos, utilizaba el humor y no dudaba en robar la propaganda conservadora de sus vecinos para que nunca la recibieran.

También ‘persiguió’ a famosos de todo tipo y obtuvo una increíble documentación de estrellas durante toda su vida. Siempre usó sus ahorros para viajar y buscaba cualquier escapada para la familia que cuidaba para retratar lugares, personas y objetos. De igual modo, la conocemos con su Rolleiflex, pero Vivian tuvo cámaras de todo tipo y no sólo se centró en el blanco y negro (aunque fue el groso de su material).

Y sí, Vivian era una persona introvertida, muy segura de sí misma, estricta con los hijos de los padres que la contrataban. No dudaba en dar su opinión y siempre fue respetada (para bien o para mal) de todas las familias con las que trabajó. Vivió en New York pero la mayor parte de su vida, hasta su fallecimiento, se desarrolló en Chicago, donde los hijos que cuidó de la familia Gensburg, ya adultos, asumieron sus gastos hasta el fatal desenlace, producto de una caída en la calle.

Hija de la emigración francesa a los Estados Unidos, fue víctima de una familia desestructurada con un padre que rápido abandonó a la familia, una madre con problemas de salud mental y un hermano rebelde y drogodependiente. Un potaje que hizo que Vivian siempre estuviera en un papel secundario obligada a madurar antes de tiempo. Siguiendo el camino de su abuela, decidió ser niñera porque comprendió que en ese tipo de trabajos tendría la oportunidad de ser independiente, pero, sobre todo, conseguir desarrollar su pasión por la fotografía. Pasión que tiene origen en Francia, donde tuvo que volver de niña y de la que regresó de nuevo a New York donde conoció a personas con las que pudo desarrollar su técnica fotográfica.

Y es esa pasión la clave de la figura de Vivian Maier. Más allá de su forma de ser, determinada por su infancia, sus problemas de salud mental que la llevaron a ser una acumuladora de periódicos, revistas, fotografías y otros enseres, provocando, precisamente, despidos y el retraso de pagos derivados de sus deudas que luego llevaría a la subasta de su trabajo, Vivian era una persona que encontró en la fotografía un refugio donde podía expresar lo que, quizás, no era capaz de hacerlo por las formas ‘normales’ de socialización y podía desarrollar esa devoción y obsesión por acumular cosas, algo muy común en personas que sufren abandono y expresan a través de esos objetos la protección que siempre le negaron.

Decía Ansel Adams: “Un fotógrafo no hace una foto solo con su cámara, también con los libros que ha leído, las películas que ha visto, los viajes que ha hecho, la música que ha escuchado y las personas que ha amado”. Y Vivian Maier añadió que los traumas y los miedos también conforman nuestra mirada a la hora de disparar.

Si Vivian no hubiese tenido ese pasado turbulento, esa falta de un hogar, ese vaivén de maletas y periódicos de casa en casa, quizás hoy hubiese sido famosa por méritos propios. Porque, aunque parecía que le interesaba dar el salto a la fotografía profesional, sus obsesiones y su incapacidad para desprenderse de su trabajo la llevaron a una cada vez más recluida fotógrafa que fue artífice de más de 600 autorretratos.

En cierta manera, la mayoría de las personas que nos dedicamos a la fotografía, tenemos ese ‘punto’ de Vivian Maier donde nos sentimos un poco incomprendidos. Siendo la fotografía una respuesta a nuestros miedos y anhelos. Más allá de idear un proyecto, salir a fotografiar, acudir a una exposición o, simplemente, acercarte a un puesto para comprar una cámara de segunda mano, nos damos cuenta que la fotografía, en cierto modo, es bastante solitaria. Y aunque estemos rodeados de gente y eventos, sabemos que la pugna entre cómo miramos, qué miramos y qué pretendemos obtener, es algo totalmente personal que nos hace lidiar con el quiénes somos y qué nos da el impulso para pulsar el disparador en ese determinado momento.

Y es que la fotografía puede ser ese vehículo que nos salve de nuestros tormentos y demonios. Es un apéndice que nos acompaña en distintas etapas, situaciones y/o deseos de un determinado momento en una vida con altibajos, parones, obsesiones y lucidez o productividad que traspasa la visión comercial o, inclusive, artística de la fotografía.

Más allá de la figura de Vivian Maier, lo que en ella observamos, en ocasiones de forma egoísta, es un espejo o/y la esperanza de que ante la incomprensión que podamos sufrir como fotógrafos y fotógrafas, estamos respaldados por personas que abrieron la veda y acabaron siendo referentes, por voluntad o sin ella, de otros tantos millones que hoy día recuerdan a Vivian como una de las mejores fotógrafas de la historia.

Víctor Mercury

Granada, 1993. Técnico de iluminación y fotógrafo desde hace una década con especial interés en la fotografía callejera y documental.

https://www.instagram.com/calleheando
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