Monte, una trilogía de Lucila Bodelón
A fuego lento es una característica de cierto tipo de cocción, pero desde hace unos años también se ha comenzado a aplicar a las narrativas de algunas películas. Yo creo que podría decir lo mismo de mis proyectos.
Hago fotos todo el tiempo. En veinticinco años nunca he dejado de fotografiar -por gusto, porque sí, porque tenía una idea, porque estaba aburrida o porque trabajaba en un proyecto-. Bloqueada o no, siempre hago fotos. A veces tengo arrebatos de imágenes que necesito materializar para quitármelas de la cabeza, tengan o no sentido, las use en ese momento o no. Es como escribir un poema: una idea, unas palabras sueltas aparecen y necesitan materializarse para cambiar de plano, de estado; para que pueda comprender —o soportar— la existencia. Si no se hacen en ese momento, desaparecen. Atrapar las imágenes, como las palabras, se trata de eso: dejar todo lo que estás haciendo para prestarles atención. Si te pilla conduciendo, lo grabas en el móvil; y si no puedes, pues que vaya a molestar a otra. Como escuché contar una vez a Tom Waits: si no puedo detenerme y plasmar esa idea, le pido que por favor me deje en paz y vaya a visitar a Leonard Cohen.
Así que, en general, aunque sepa de qué estoy hablando, qué quiero decir o sobre qué me interesa reflexionar, los proyectos suelen tomar su forma final muchos años más tarde. Tal es el caso de Monte: unas fotos, una acción y un diario que, en un principio, iban a seguir caminos distintos, pero que ahora se agrupan y se dan la mano en una trilogía que publicaremos junto a mis amigas de non finito.
Si tuviera que resumir de qué se tratan estos fotolibros, podría decir que hablan del contemplar. Siempre fue, para mí, la razón de la fotografía. Y no siempre se trata de un contemplar zen, sino de mirar con atención aquello que pasa desapercibido. Detenerse en eso que no es crucial, que no es trending topic, acercarse a lo mínimo. Pero mirar es también escuchar, reflexionar, permanecer: en la idea, en la pregunta, en la escucha, en una misma. De eso se trata —de contemplar y permanecer—.
Mirar los bordes, la periferia. Atender aquello que escapa a la lógica del reconocimiento y las modas; mirar, simplemente, cómo caen las flores amarillas de los algarrobos o cómo cambia la luz cuando el sol se asoma detrás de las sierras. Durante un tiempo, esas fueron algunas de mis tareas cotidianas.
En 2014 me fui de la gran ciudad a un pueblo aislado, en una provincia de Argentina, con la idea de un cambio de aire, de reinventar otras formas de ser y de estar en un mundo cada vez más devorador. Quería salir de la rueda de la producción y del deber ser. Alejarme de lo aprendido para aprender otras cosas.
Al principio, toda novedad me emocionaba, pero también me ofrecía experiencias que no imaginaba: algunas bellas —bellísimas— y otras más aterradoras o cansadoras. Pasaron muchas cosas y muchas emociones. Leí mucho menos de lo que quería, pero también mucho más de lo que imaginé. Nunca llegué a tener un huerto, ni frutales, ni gallinas que me dieran huevos, pero escribí variedad de poemas y saqué fotos. También tuve a mi disposición tardes enteras en las que pude decidir mis próximos pasos con calma, escuchando pocos —o ningún— consejo.
Tuve tiempo y perdí el tiempo. Esa fue mi riqueza, y hoy la llevo conmigo. Estos libros intentan traer ese estado a un mundo mucho más caótico que aquel de hace diez años. Quizá, hoy, sea aún más necesario: volver hacia una misma, observar y detenerse, escuchar y contemplar.
Existía la posibilidad de publicar los libros por separado: los diarios como una nouvelle y las fotos por otro lado. Pero siempre quise que pudieran vincularse. Al fin y al cabo, todo eso se gestó durante mis años de vida en el monte, en ese tiempo de vivir apartada, y todo está atravesado por esas vivencias. Me interesa que los libros estén unidos, pero que a la vez conserven su independencia. Hay cruces que el lector podrá hacer si tiene los tres libros —y si desea dedicarles ese tiempo—, pero incluso sin esos cruces, cada uno puede comprenderse y funcionar por sí mismo. El diseño dialoga con las fotos y los relatos construyendo un todo orgánico que me permite desplegar estas ideas.
El primero de la trilogía es Vacío y Espesura. Aquí aparecen fotografías de mi entorno y algunos autorretratos, también breves frases como apuntes que solía tener a mano. Porque fotografiar fue mi método para conservar cierta cordura, acto y deseo solidarios entre sí.
Diario de obra, es el segundo. Y es precisamente eso, un diario; con referencias a mis actividades, a mis lecturas, reflexiones, anécdotas del pueblo, ideas y alguna receta. También hay fotos, pero predomina el relato.
El último de la trilogía es Umbral y se compone de las primeras imágenes que hice al llegar allí. El peso del alma humana es de 21 gramos y 21 días son los necesarios para incorporar o dejar un hábito. Así que durante 21 días iba por ahí y me sentaba largo rato solo para respirar y observar. Aparecieron la incomodidad, el miedo, el placer, la paz… y con el tiempo, comencé a levitar.
Elegí este título para el final porque comprendí que atravesamos los umbrales muchas veces sin ser conscientes y recién, al salir, somos capaces de comprender su significado. El umbral físico está al comienzo del recorrido, pero el simbólico se manifiesta cuando lo dejamos atrás.
Creo que todas las experiencias vividas se impregnan en la piel y pueden transmitirse a través del arte. Esa es mi intención con esta serie de fotolibros. Ojalá algo de ese espíritu de Monte llegue a quienes se acerquen a la trilogía.
Como hicimos con Era Mentira, estamos en la fase previa a la impresión del libro y, para darnos un último empujón, hemos organizado una preventa.
Si esta historia te ha despertado curiosidad, si te apetece tener la trilogía —o alguno de los títulos—, este es un buen momento para hacerlo. Cada compra incluye recompensas pensadas con cariño como muestra de agradecimiento por tu apoyo a nuestro proyecto.
Puedes ver todas las opciones en nonfinito.es.
¡Gracias desde ya!
Ficha técnica
Fotografías y textos: Lucila Bodelón
Diseño: Carol Galiñanes / non finito
Paisaje sonoro: Alex Tkalenko
Medidas: 18 x 18 cm c/u
60 páginas c/u
Encuadernación Singer
Idioma: Castellano
Ejemplares numerados y firmados
Presentación en cajita sellada a mano
Cada fotolibro abre un camino distinto y está acompañado por un paisaje sonoro creado especialmente para su recorrido.
La preventa de Monte es también una forma de crowdfunding.
No hay financiamiento externo ni grandes estructuras detrás: cada aporte ayuda a imprimir los ejemplares, a seguir editando y a sostener el trabajo de non finito. Todo lo recaudado se reinvierte en hacer libros y en mantener vivo este espacio de creación compartida.

