Cristóbal Hara (VII): Para ser un genio no hay que leer

Estaba un día escuchando el maravilloso programa de radio y podcast “Full frame” presentado por Juan María Rodríguez. Le preguntó a Hara por qué libros de fotografía veía, de dónde se alimentaba, qué fotógrafos le interesaban. La respuesta de Hara fue algo como esto:

Sí, cuando voy a la sede de Steidl, a veces, mientras estoy en la sala de espera para hablar con mi editor veo los libros que tienen allí
— Cristóbal Hara

Hay en esa respuesta una mezcla de modestia y retranca. Porque Hara siempre estuvo al tanto de lo que se cocía en el mundo de la fotografía.

Hace unos años, por mediación de mi amigo Manuel Iborra se pudo traer a la Universidad de Almería a Andrés Rábago, otra mente lúcida, brillante, suprema, en esta España. Andrés Rábago es EL ROTO.

Dio una charla. En la ronda de preguntas del público levanté la mano. Yo quería saber si había algunos textos, escritos, autores, fuentes, que le sirvieran como alimento intelectual. Quería que me dijera algún autor al que él siguiera o leyera. Me dijo que no, que no…

Yo buscaba, quizás también Juan María Rodríguez, una piedra filosofal. Es broma. En realidad lo que yo quería entender es algo que siempre ha sido así, y que no tiene más, pero yo quería reelaborar una explicación que no tiene por dónde. Y me refiero a las preguntas ¿qué es un artista? o ¿cómo se forja un artista?

Félix de Azúa da una definición para mí mágica, estentórea, diáfana de lo que es un artista (1). Para ello, lo que hace es contar un pequeño cuento que voy a tratar de resumir, tomando algunos fragmentos, textualmente (2):

Cuentan los supervivientes [del Holocausto] que, tras ser detenidos y agrupados por la policía política alemana y francesa, eran almacenados en trenes especiales cuyos vagones habían servido para el transporte de ganado.

Hacinados como reses, sin espacio para sentarse, sin apenas aire para respirar, sin más agua que la lluvia que se filtraba por las grietas de la cubierta, millones de desdichados atravesaron Europa de Pau a Auschwitz, de Varsovia a Dachau, de Amsterdam a Büchenwald, durante semanas, camino del matadero. Antes de llegar murieron muchos de sed, de hambre, de asfixia, de agotamiento, de enfermedad; los supervivientes acabaron el trayecto pegados a los cadáveres porque no había espacio para dejarlos reposar en el suelo.

Los vagones, que eran de puerta corredera, traían unos mínimos respiraderos en la parte superior, a un palmo del techo, y otros cuantos orificios en el suelo para la evacuación de las heces. Por los respiraderos entraba la escasa luz que permitía a los infelices saber si era de día o de noche, y, aunque pueda parecer extraño, estos detalles cobraban para ellos una enorme importancia. Los respiraderos superiores estaban situados a unos dos metros y medio del suelo.

Muchos memorialistas coinciden en relatar cómo los presos de cada vagón elegían espontáneamente a una persona para alzarla hasta el respiradero con el fin de que fuera dando cuenta de lo que desde allí se divisaba. Solían escoger a alguien liviano, aunque despierto, de modo que pudiera ponerse de pie sobre algunos compañeros que con extraordinario esfuerzo le ofrecían sus riñones como tarima. El vagón entero se retorcía con dolorosa y agotadora contorsión para facilitar a los oteadores el acceso a la mirilla. Los presos necesitaban saber dónde estaban, adónde los conducían, qué tierras cruzaba el tren, qué gentes las habitaban.
— Diccionario de las Artes (Félix de Azúa)

En ese viaje hacia la muerte segura, como es el viaje de la vida, dentro de un vagón había una persona que, cierto que aupada por muchas otras personas, era capaz de ver más allá de los límites del vagón. Y cuando se asomaba veía cosas al fondo, en el horizonte, y se las contaba a los pobres desgraciados que estaban abajo. Les contaba cosas. Y ese es el papel de un artista: ver lo que no ven todos y contarlo.

Lo que sí podemos saber de Hara y Rábago, lo que sí podemos entender del genio de estos dos artistas es que sin trabajo no hay premio. Hara cuenta en una de esas entrevistas cómo la concentración en las largas jornadas de trabajo es esencial para él. Y Rábago, por su parte, publica todos los días. Trabaja todos los días. Yo quería saber en qué libros leía EL ROTO las cosas para luego ponerlas en una viñeta.

¿Podemos en esta vida dividir a las personas en dos grupos, los que han venido a crear y los que hemos venido a admirar? Todo es más complicado, pero yo tengo que dormir; así que me quedo con eso.

(1) Azúa (de), Félix. Diccionario de las Artes. Editorial Debate ( 2017)

(2) En el siguiente enlace se puede leer el texto original de Azúa: https://artecontempo.blogspot.com/2006/06/flix-deazadiccionario-de-las-artes.html

Isidoro Villena

Isidoro Villena Reinoso es ingeniero informático aunque tiene alma de historiador. Apasionado de la Historia del siglo XX, en especial las dos guerras mundiales, ha traducido del alemán dos libros para la editorial Salamina y mantiene un blog de reseñas libros de Historia del siglo XX desde el año 2008. Ha traducido artículos para la revista Desperta Ferro y publicado en el portal literario Zenda. Desde hace unos años es aficionado entusiasta de la fotografía, en especial analógica, y centra su interés en el significado de la fotografía a lo largo de la Historia, y de la imagen en general.

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