La importancia de recuperar los recuerdos

La inmensa mayoría de nosotros tenemos en nuestra casa, o en la de nuestros padres, álbumes de fotos de reflejan el paso de etapas de una familia desde el día que se conocieron tus padres, o de aquel mítico concierto con colegas, o quizá de las únicas vacaciones de verdad en familia a un sitio que pocas veces os podíais permitir. Fotos con familiares que ya no están, tú haciéndole una trastada a tu abuelo o de tu mascota de muñeco. Fotos tuyas disfrazado con tus hermanos, quizá con el uniforme del trabajo de alguno de tus padres que pillas en un descuido o cuando ellos descansan… Tantas situaciones, y muchas de esas, capturadas por una madre o un familiar que la vez que te quiere echar la bronca, quiere conservar ese momento para siempre.

Esas fotos se convierten en recuerdos físicos, al menos antes de la era digital, que después de muchos años podías encontrar en un cajón buscando otra cosa… Y las veías, las ojeabas y te reías, o volvías a sentir un pinchazo en el medio del pecho. Porque esas fotos, aunque sean un horror compositivo y una despropósito estético, son una parte física de tu vida, de tus sentimientos; por qué no decirlo, de tu alma.

Las primeras fotos con familiares eran para no perder la imagen de ese ser querido que con el paso de los años sus rasgos se difuminaban en la memoria, y con el tiempo, pasó a ser, en general, una recapitulación de momentos memorables (al menos en nuestro universo personal). No hablo de la fotografía fácil e insulsa q se usa para decir estoy aquí o soy así, hablo de sentimientos.

Todo eso y más fue lo que perdimos miles de personas ese 29 de octubre de 2024. 

Así quedaron los álbumes y las fotos

En medio de todo, cuando el agua empezó a entrar a casa, me vino a la cabeza un comentario de Chechu en una reunión del Club Analógico: “En un incendio o una catástrofe lo primero que intenta salvar la gente son sus fotos, sus álbumes“. Y es así. Como pude y con prisas, salvé mis negativos, los actuales, poniéndolos en lo alto todo lo que podía… Las cosas de mi chiquillo, libros, disfraces, para que tuviera alguna de sus cosas aunque lo demás había desaparecido, porque me temía lo peor, mientras subía el nivel del agua en casa. Pero no pude salvar mis álbumes familiares. Fue muy doloroso verlos aparecer en medio del lodo, ver flotar la foto de la guardería de mi hijo, o perder las fotos de la boda de mis padres.

Los aparté esperando una especie de milagro, aunque sabía que en su mayoría se habían perdido. Fueron semanas después cuando vi un artículo de un periódico sobre el proyecto Salvem les fotos, un equipo de restauradores y expertos en el tratamiento de la imagen en soporte físico, de la facultad de Bellas Artes de la Universitat Politècnica de València.

Salvem les fotos

Acudí a la facultad con mi bolsa llenas de fotos y álbumes llenos de fango, con tristeza, pero con esperanza de que tal vez no se hubiera perdido todo.

Seis meses después de esa fatídica noche, recibo una llamada de una chica muy amable que se presentaba como parte del proyecto Salvem les fotos, y me citaba para un día y una hora en concreto en la que podía acudir y recoger mis fotos.

Acudí nervioso y expectante. Me atendieron los dos chicos más majos y comprometidos del mundo con su labor. Me sabe mal no recordar sus nombres, pero estaba muy nervioso.

Me preguntaron si tenía prisa porque querían enseñarme todo el proceso por el que habían pasado miles de fotos, entre ellas las mías. Desde como almacenaban cada lote en congeladores para evitar que los hongos siguieran devorando recuerdos, luego como fotografiaban su estado inicial, como limpiaban cada foto de la mejor manera posible para evitar más daño que el que ya habían sufrido esas fotos.

Me explicaron que no era un proceso milagroso, que no podían crear lo que ya se había borrado, pero que lo que intentaban era parar el deterioro y conservar el máximo de cada imagen. Luego pasamos al secado y escaneado meticuloso de cada foto recuperada. También me ofrecieron poder elegir 10 fotos que enviar a restauradores digitales para intentar recuperarlas al 100%, un trabajo excepcional.

Me explicaron que hasta tuvieron que reescribir el protocolo para estos casos, que existía, pero se dieron cuenta de lo que funcionaba o no, y todo eso ayudará a otros restauradores que se enfrenten a una tarea similar, frente a ese volumen casi ilimitado de imágenes que recuperar.

Para acabar el recorrido, me acompañaron a una sala donde abrimos la caja con mis fotos, clasificadas en carpetas según las habían encontrado, intentando respetar incluso el orden de las imágenes dentro de cada álbum, porque entendían que si estaban así de ordenadas es porque para su dueño era importante que la secuencia fuera de ese modo. Y compartí con ellos algunos recuerdos que volvía a ver después de tanto tiempo, y sentía que a ellos les hacía la misma ilusión que a mí. Fue bonito ver que no todo se había perdido.

Fotografía recuperada de un cumpleaños en 1993, aproximadamente

Fotografía recuperada de nuestras mejores vacaciones en familia, 1998-1999

Finalmente, me propusieron una mini entrevista, creo recordar que eran tres preguntas. Espero reproducirlas correctamente:

  • ¿Qué significan para ti estos álbumes, recuperar estas fotos?

  • De todas tus fotos si solo pudieras salvar una, ¿cuál salvarías?

  • Y si pudieras tener una foto que NO exista, lo que sea, aunque fuera algo imposible, pero que tú la pudieras tener, ¿cuál sería? A está ultima, gente antes que yo, me comentaban que respondió desde una foto del hombre pisando Marte, hasta una foto de ellos con algún ser querido que ya no está o con alguien que jamás conocieron.

¿Vosotros que responderíais? Mis respuestas me las guardo para mí, pero es un ejercicio interesante hacérselas.

Quiero agradecer a todos voluntarios, estudiantes de Bellas Artes y Conservación y Restauración de Bienes Culturales de la Facultad de Bellas Artes de la Universitat Politècnica de València, y restauradores digitales y a don José Galindo Gálvez, decano de la Facultad de Bellas Artes de la UPV por este regalo que nos han hecho a los afectados por la DANA, y gracias por el respeto y la profesionalidad con la que han hecho este trabajo titánico.

GRACIAS POR RECUPERAR NUESTRAS MEMORIAS.

Diego M. Jiménez

Mi nombre es Diego M. Jiménez. Me encanta la fotografía, pero no me dedico profesionalmente a ella. Estudié en una escuela de fotografía de Valencia hace casi 20 años, me dejé durante años la fotografía apartada, hasta que me volvió la inquietud y la necesidad de explorar el mundo a través de una cámara. Pero profundamente enemistado con la fotografía digital quise volver, pero a la fotografía química. En ese momento, fue cuando consumiendo todo lo que encontraba acerca de ello en internet, descubrí a Chechu y a Nico Llasera, en lo que terminó siendo el inicio de Disparafilm. Y aunque por circunstancias de la vida no puedo dedicarle mucho tiempo ahora, siempre que puedo me escapo y disparo algún carrete. Siempre blanco y negro, eso sí.

Mis cuentas de instagram son @d.max.j@quemandocarretes

https://www.instagram.com/quemandocarretes/
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