La estenopeica: manifiesto en voz baja
No sé si la fotografía estenopeica deba ser llamada arte, oficio o capricho. Prefiero verla como un manifiesto en voz baja: un acto de rebeldía contra la prisa, contra la saturación de imágenes que flotan en la “nube”. La estenopeica no está en guerra con nadie ni es la respuesta a nada. No es la salvación del ojo, ni el último refugio de los románticos: es, sencillamente, un modo de estar en el mundo. Y yo, que nunca aprendí a pintar, ni a escribir canciones de amor y mucho menos a bailar la cumbia, terminé encontrando aquí el único lugar donde mi soledad adquirió un lenguaje para decir lo que fuera que tuviera que decir.
Las cámaras estenopeicas son básicas, sin glamour ni promesa de marca. Esa sencillez es precisamente lo que las hace necesarias. Abrir un orificio en una caja y esperar a que la luz se digne a escribir es un acto de paciencia que se convierte en ritual. No hay pantallas que te digan cómo quedó, no hay filtros que maquillen la falta de alma. Sólo está la fe de confiar en que algo se revelará.
Cementerio en Tamaulipas (México) Fomapan 100, Holga Wide Pinhole
En un mundo donde cada segundo nacen millones de fotografías idénticas, la estenopeica me permitió dar la espalda a la sobrepixelización y a lo que yo llamo la metaimagen: esa obsesión por la imagen de la imagen, por el artificio disfrazado de arte, por la máscara vendida como rostro verdadero. El falso arte alimentado de urgencia, de novedad y efectos que deslumbran como fuegos artificiales de plaza en septiembre. La estenopeica, en cambio, es como un tizón encendido que tarda en arder, pero que da un calor que no se apaga en dos segundos.
Tumba, Kentmere 100, Holga Pinhole
No escribo aquí para enseñar técnicas ni a repartir planos para fabricar cámaras. Eso lo encuentras en cualquier rincón del internet, con instrucciones bastante simples o algunas que parecen manuales de física nuclear. Lo que yo comparto es otra cosa: la experiencia íntima de ver cómo la realidad se filtra por un orificio y se posa, temblorosa, sobre la película. Es un instante en el que uno siente que la ciudad en su polvo y en su ruina, todavía guarda un misterio digno de ser contemplado.
Monterrey, Barrio Antiguo en domingo (México) Kodak 400TX, Holga Pinhole
Si me preguntan qué gano con esto, podría responder con ironía: nada. Pero la verdad es que gano todo. Gano un silencio que no sabía que necesitaba. Gano una mirada menos contaminada. Gano la certeza de que no importa cuántos megapíxeles inventen ni cuántos algoritmos pretendan mejorar lo que ya existe: la cámara estenopeica seguirá siendo un espacio donde lo humano no se negocia.
Quien tenga curiosidad, que se acerque. Quien busque una experiencia distinta a la avalancha digital, que se permita un día mirar a través de un estenopo. No prometo milagros ni epifanías inmediatas, pero sí puedo decir que la lentitud tiene un sabor propio, que la incertidumbre enseña más que la perfección, y que toda fotografía lleva en sí misma un eco de plegaria.
Fractal, Cd. Victoria, Tamaulipas (México) Fomapan 100, Holga Wide Pinhole
Muchos fotógrafos viven cazando ese supuesto “momento decisivo”, como si todo el peso de la existencia se redujera a un clic oportuno, a la sincronía exacta entre ojo, dedo y azar. Ante esto, yo no creo en ese instante como una revelación divina. La vida no se agota en un momento preciso, sino en la acumulación de instantes torcidos, desajustados, imperfectos. El “momento decisivo” deja de ser un mito para volverse respiración. Ahí los fantasmas se alargan, las sombras se doblan y las certezas se disuelven. No capturo un instante para presumirlo, sino un proceso que me involucra entero. Lo decisivo, si lo hubiera, no es el momento en que tomo la foto, sino el momento en que me atrevo a mirar de verdad, con paciencia de sepulturero y la paz de quien sabe que no hay apuro.
Manzana. Kentmere 100, Holga Pinhole
Y declaro, sin solemnidades pero con firmeza: la estenopeica no se irá. Ningún medio, ningún filtro, ningún truco de inteligencia artificial podrá sustituir jamás la brutal sencillez de un agujero que deja pasar la luz. Porque no es moda ni tendencia: es, y será siempre, una forma de mirar el mundo con ojos que no necesitan permiso.
Escalera de Hotel Mante, Cd. Mante, Tamaulipas (México) Fomapan 100, Holga Wide Pinhole