Mi primer revelado a color… O ¿por qué analógico?

Para aquellos que veíamos a Espinete a la hora de la merienda, poner un carrete en una cámara de fotos no es ningún misterio. Si alguien tuvo una cámara de fotos en casa pudo, o bien trastear con ella, o bien, ver cómo se hacía la operación. También, experimentar aquello de ir a la tienda de fotografía más cercana (en mi caso Foto Muñoz) para entregar los carretes y esperar unos días para obtener las copias y los negativos, a los que entonces no hacía ningún caso. Sin embargo, y en contra de lo que dirán alguno de mis compas de Disparafilm, para mí, la fotografía analógica no solo se fue, sino que además, ni la esperaba.

La afición por la fotografía me llegó más tarde, en pleno auge digital. Nunca fui más allá de disparar con una point and shot en viajes, y fiestas nocturnas, para dejar constancia de grandes momentos. Por eso, el paso del analógico al digital lo vi como algo natural. Una evolución del medio que hacía más fácil el aprendizaje y el manejo del cacharro, sin tener que esperar al revelado para ver la foto (ahí comenzaba la instantaneidad que impera hoy en día), o estar limitado por el número de fotos  del carrete y no sé cuántas cosas más. El ISO lo subes a tope, o lo bajas al mínimo, no te ata durante todo un carrete. Que sobrexpones, pues vuelves a disparar hasta clavar el histograma, que se supone se había  de “derechear”. Y con la llegada de las mirrorless, hasta ves la foto final en el visor, antes de accionar el disparo.

En definitiva, cuando la afición entró de lleno en mi vida, ni me planteaba el tema analógico. Entonces, ¿por qué el analógico? ¿Por qué volver ahora a algo que, para mí, era de otra época?

Quizás fuera el hartazgo de lo digital, de las pantallas, de los móviles. De la falta de atractivo en lo fácil que es sacar una foto con una cámara moderna, aunque no sea el último modelo de las marcas más cotizadas, y que con cuatro trucos de Photoshop casi todo se arregla. Quizás, la sobreabundancia de archivos y fotos sin editar que me siguen esperando en el programa de edición de turno y que me agobiaba con solo mirarlos. Quizás, también, por tener un trabajo sedentario que durante horas me tiene delante del mismo ordenador en el que se supone que tengo que editar mis maravillosos archivos digitales, y que hace que, al finalizar la jornada, solo desees apretar su botón de apagado. Quizás .solo sea el interés y las ganas de aprender, de jugar con la Olympus OM10 de tu madre, que  está como nueva en un cajón y te reta a que seas capaz de sacar una fotografía decente con ella. Quizás buscaba una manera fácil lograr una imagen con el alma que no consigo atisbar en un ítem formado por ceros y unos.

Todos estos quizás me llevaron a hacer un curso de revelado en blanco y negro, y a usar por unos días una ampliadora, lo cual me fascinó, aunque todavía no me hecho con una para mi uso particular. Y, de ahí y durante año y medio, a utilizar casi en exclusiva el equipo analógico que he ido adquiriendo, dejando de lado la cámara digital, que la he utilizado para poco más que para escanear negativos.

Tanto es así, que recientemente me atreví a dar el paso al color y revelar por mí mismo mis carretes. Y puedo decir que lo he realizado con relativo éxito, con el apoyo de los compañeros de Disparafilm y los vídeos del contenido del club que han hecho que el aprendizaje haya sido más que satisfactorio.

Lo que he aprendido en mi primer revelado a color

No estoy en disposición de dar muchos consejos, pero sí de trasladar lo que haya aprendido de “mi primera vez”.

Lo primero es tener paciencia, tranquilidad, y seguir paso a paso y detalladamente las instrucciones del fabricante (Adox C-tec en mi caso).

Lo segundo, conseguir un sous vide a buen precio y un recipiente cómodo en el que quepan todos los cacharros necesarios para hacer el baño maría.

Y lo tercero, si no tienes una máquina JOBO o similar, mantener el tanque, un paterson, en el barreño, haciendo rotaciones girando el palillo suavemente a cada lado, los primeros treinta segundos, y luego, cada quince segundos. Aquí dejo una imagen del tinglado montado.


¿El que me haya salido este primer intento quiere decir que me paso definitivamente a los carretes a color y que abandono el digital? Me temo que no, queridos amigos.

El analógico, y más el color, no está exento de inconvenientes: químicos que caducan, el precio de los carretes... Y una vez escaneado el negativo, hay que sufrir en el ordenador para sacar el color correcto de cada foto. Y, además, hoy en día, podemos compartir nuestras fotos en los medios digitales. ¿Eres de papá o de mamá? Pues de ambos, qué narices… O no, por momentos, pero de ambos al fin y al cabo.

Sí tengo que decir que el analógico me proporciona dos placeres que nunca encontraré en el digital. De un lado, el proceso conseguir la imagen se alarga y de la toma se extiende al revelado del negativo, por lo que, aunque es más trabajo y corres más riesgos de meter la pata, disfrutas más aún. Es más divertido. De otro lado, el analógico me da algo de lo que he quedado prendado: el negativo.

El negativo es una maravilla de la ciencia humana. No hay palabras suficientes para describir la magia del proceso químico que se produce al incidir la luz en la película, dejando en ella una imagen fija. Es un placer poder observarlo, escanearlo y almacenarlo con cuidado en nuestros archivadores, como un tesoro, al contrario de lo que ocurre con nuestros archivos digitales, que carecen de materialidad e individualidad.

No se puede permitir que el negativo, ni su proceso de fabricación, caiga en el olvido.

Fermín Vazquez

Fotógrafo aficionado con pretensiones que quiere volver a disfrutar como un niño de su afición. Aprendiz nivel básico de la fotografía analógica, y aprendiz nivel medio de todo lo demás. Sin prisa y sin pausa encontraré mi proyecto fotográfico, o no, en estos tiempos de la instantaneidad.

@ferminchovazquez en Instagram, y mi página web www.ferminvazquez.es (por actualizar a fecha de hoy)

https://www.instagram.com/ferminchovazquez/
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